jueves, 4 de julio de 2013

LA HISTORIA Y EL SENTIDO COMÚN (Paracuellos y la mano de Moscú)


LA HISTORIA Y EL SENTIDO COMÚN

(Paracuellos y la mano de Moscú)



por Antonio Fernández Ortiz
(Publicado en El Viejo Topo. Núm. 300, enero de 2013)

Muchos de los acontecimientos acaecidos en la guerra civil española han sido explicados eludiendo los entresijos del momento y las guerras intestinas, proporcionando razones que ignoran la complejidad y que atribuyen las responsabilidades de un modo superficial y zafio. Aquí, y en relación con los sucesos de Paracuellos, Antonio Fernández Ortiz desvela esa complejidad en torno a la supuesta “mano de Moscú” y rechaza las más recientes interpretaciones de aquellos hechos.

* * *

Con motivo de la muerte de Santiago Carrillo aparecieron en la prensa española diversos artículos en los que se hacía referencia a la vinculación de Carrillo con los sucesos de Paracuellos del Jarama que se saldaron con el fusilamiento de una gran cantidad de personas, presos procedentes de diferentes cárceles de la ciudad de Madrid. Las cifras, que varios autores sitúan alrededor de las 2.000 personas, oscilan hasta llegar a las 8.500, dependiendo siempre de la orientación ideológica de los autores y los medios de comunicación.

En lo que todo el mundo está de acuerdo es que dichos sucesos tuvieron lugar, y que fueron ajusticiadas de forma indiscriminada un gran número de personas. Si con las cifras de muertos hay diferencias importantes, cuando se habla de los responsables las diferencias se convierten en acusaciones y falta poco para llegar a las manos.

Para el franquismo y la literatura afín, Paracuellos del Jarama se convirtió en la gran arma arrojadiza contra la República y en la coartada, no sólo del Alzamiento, sino de toda la política de represión y terror que tuvo lugar durante y después de la guerra civil. Además, fue utilizada, y lo sigue siendo al día de hoy, para desacreditar a políticos y personajes históricos vinculados de una u otra manera con la República y en especial con la izquierda comunista.

Para los antifranquistas, Paracuellos pesaba y sigue pesando como un lastre que no permite salir del todo a la superficie. Si la violencia sistemática fue un instrumento de la derecha española en aquel conflicto, ¿cómo se explica lo de Paracuellos? ¿Cómo pudo ser que aquella República tan idealizada, aquel proyecto de futuro en libertad, protagonizara un acto violento tan difícil de explicar (no digamos ya de justificar)?

Y es entonces donde aparece, para tranquilidad de todos, la terrible mano de Moscú. Y todo queda explicado y solucionado en un instante. Aquí paz y después gloria. Y para muestra un botón. En el diario El País, edición digital de 21-09-2012, aparece publicado un artículo en el que sus cuatro autores (Ángel Viñas, Fernando Hernández, José Luis Ledesma y Paul Preston) realizan unas “Puntualizaciones sobre Paracuellos”. Veamos algunas cuestiones de forma y fondo.

La iniciativa o “chispazo que condujo a Paracuellos provino de uno de los agentes de la NKVD llegado a Madrid mes y medio antes”. Sorprende de principio la utilización del concepto de agente del NKVD. Decir eso y decir nada es lo mismo porque nada nos aclara. NKVD son las siglas de Narodnii Komissariat Vnutrennij Del, es decir, Comisariado Popular de Asuntos Internos, un equivalente a Ministerio del Interior. En el contexto de la Unión Soviética de aquellos años, un ministerio amplio y numeroso, con infinidad de departamentos, y escenario en aquellos tiempos de terribles luchas en su seno entre diferentes grupos y familias políticas enfrentadas unas a otras. ¿A qué departamento pertenecía aquel agente? ¿A la Dirección General de Seguridad del Estado, a la Sección con Poderes Especiales, a la Dirección General del Registro Civil o a la Milicia Obrera y Campesina? Supongamos que trabajaba en la Dirección General de Seguridad del Estado, pero, ¿en qué sección? ¿En la Especial (contraespionaje), en la Operativa, en la de Extranjero (espionaje en el exterior)? Saber eso es fundamental para entender aquella época.

Sorprende también la afirmación de que “La liquidación masiva de enemigos había sido una práctica habitual en la guerra civil rusa... la NKVD no dudó en recomendar la misma “profilaxis”. Claro, los españoles, ingenuos de nosotros, no sabíamos, hasta aquel momento, lo que era la liquidación masiva de enemigos. Tuvo que venir un agente comunista a explicárnoslo. Por cierto, al otro bando, al de Franco, ¿quién le explicó lo de la liquidación masiva? ¿Otro agente de Moscú? Por la historia hemos pasado siempre de puntillas sin mancharnos las manos. Gracias a ese comportamiento ejemplar sometimos a medio mundo bajo un imperio en el que no se ponía el sol. Claro que hay algunas voces que a lo largo de nuestra historia nos han recordado que no hemos pasado precisamente de puntillas. Por ejemplo, Bartolomé de las Casas y sus seguidores. Tampoco reaccionan muy bien en los Países Bajos cuando se nombra al Duque de Alba. Podemos hablar de tiempos más cercanos, como por ejemplo las Guerras Carlistas durante todo el siglo XIX o la pacificación de Asturias llevada a cabo por el General Francisco Franco en 1934.

Leyendo a estos autores da la impresión de que la eliminación masiva de enemigos la inventaron los rusos comunistas en su revolución, y que semejante práctica no tiene nada que ver con otros pueblos de la historia civilizada. Vamos, como si no tuviéramos otros maestros de los que tomar ejemplo. Napoleón, revolucionario ilustrado, fue un santo y sólo se le fue la mano un poco en Madrid. Claro, que el maestro Goya, que estuvo al quite, aprovechó para sacarle, de una vez y para siempre, los colores al emperador Bonaparte. En la I Guerra Mundial, alemanes, británicos, franceses y austro-húngaros tampoco emplearon técnicas masivas de liquidación de enemigos. No, era la gente la que se empeñaba en morirse de susto en las trincheras.

Hay algo que no termina de quedar del todo claro. Justo después de decir que la liquidación masiva de enemigos había sido una práctica habitual y que el NKVD no dudó en recomendar la misma profilaxis, se pone como ejemplo claro de “liquidación masiva” que “a finales de octubre de 1936 el embajador soviético ya sugirió recuperar a los presos dispuestos a servir a la República. Como se había hecho con los oficiales zaristas para que se unieran a los bolcheviques”. ¿Es ésta acaso una práctica de liquidación masiva? Más bien todo lo contrario. Es una actitud conciliadora. Actitud que, por cierto, a los bolcheviques exterminadores les dio gran resultado. Más de la mitad de los oficiales del antiguo ejército imperial se unieron a los bolcheviques. Unos por afinidad ideológica, pero la mayoría porque vieron en ellos a la única fuerza capaz de restablecer el Estado.

No se entiende lo de que “el agregado militar, coronel/general Goriev, informó crípticamente a Moscú de la labor desarrollada por la NKVD durante el asedio de Madrid en un despacho del 5 de abril de 1937 y mencionó un nombre, el de Alexander Orlov”. Críptico significa oscuro y enigmático. No parece muy factible que un mando militar con el rango de coronel general enviara un informe oscuro y enigmático a Moscú. Todo lo contrario, el informe debería ser claro y concreto. En todo caso enviaría un informe secreto, reservado, codificado, lo cual, por cierto, es la forma habitual de enviar este tipo de informes y no parece que sea un invento de los comunistas de Moscú. Curiosamente, resulta que en un borrador de dicho documento que hay en el archivo histórico del PCE falta precisamente la referencia al NKVD. Pero más curioso resulta constatar el rigor con el que se trabaja: “Se nos ha dicho que cuando un investigador ruso quiso consultar el despacho en los archivos moscovitas el legajo había sido declarado inaccesible. Otra casualidad”. ¿Quién lo ha dicho? ¿La tía Manolita? ¿La tendera de la esquina? Por favor, un poco de rigor. ¿Qué investigador ruso? ¿En qué archivo? ¿En qué fondo está catalogado el enigmático documento? Además, se plantea la dificultad del acceso a los documentos como una particularidad de los archivos rusos. En todos los archivos del mundo, incluidos, por supuesto, los españoles, hay materiales a los que los investigadores no tienen acceso. Hay que esperar a que venzan los plazos establecidos para hacerlos públicos.

Luego, si en el borrador falta la referencia al NKVD, y no se puede consultar el original del documento por ser “inaccesible”... ¿cómo sabemos que ese enigmático documento habla precisamente de la actividad de este ministerio? ¿Y si se refería al Servicio de Información Militar del Ejército Rojo, o al Ministerio de Asuntos Exteriores, o al MOPR (Organización Internacional de Ayuda a los Luchadores por la Revolución), o a la red de contraespionaje de la III Internacional? Insisto, este aspecto es de fundamental importancia.

Alexander Orlov
Continuemos. El coronel general Goriev menciona en su informe el nombre de Alexander Orlov como el del agente del NKVD autor del “chispazo” causante de la matanza. ¿Quién era Orlov? En realidad su nombre no era Alexander Mijailovich Orlov. Tampoco era el de Lev Lazarevich Nikolskii, ni el de Igor Konstantinovich Berg, algunos de los varios nombres que utilizó a lo largo de su vida. Su verdadero nombre era el de Leiba Lazarevich Feldbin y no era ruso, era judío, de los muchos que utilizaban nombres y apellidos rusos para ocultar su verdadera identidad. Participó en una de las redes encargadas de vender en el extranjero obras de arte y joyas pertenecientes a la Iglesia rusa. Con aquel dinero se financiaba la Rusia bolchevique de los primeros años revolucionarios y sirvió, entre otras cosas, para la financiación de la incipiente red de contraespionaje soviética en todo el mundo. Por cierto, una parte de aquel dinero y de las joyas y obras de arte se quedó en el camino y sirvió luego para financiar a los grupos que lucharon contra la línea política que representaba Stalin. Feldbin, estrechamente vinculado con varias de las “familias” políticas de aquellos años, participó desde muy pronto en las luchas intestinas que protagonizaron estas familias. Se destacó por la fabricación y falsificación de pruebas que sirvieron para eliminar a contrincantes políticos. Tuvo diversos destinos en el exterior: Francia, EE.UU., Alemania, Checoslovaquia, Austria, Suiza y, finalmente España, donde llegó en septiembre de 1936. Durante su estancia en España participó de forma activa en la organización de los servicios de contraespionaje de la República y en la organización de la lucha guerrillera en las zonas bajo control de Franco. Tuvo un papel relevante en la organización de la operación para el traslado de las reservas de oro de la República española a la URSS. Más tarde participó en la organización del secuestro y muerte de Andreu Nin.

En julio de 1938, Feldbin (alias Orlov) recibió la orden de regresar a Moscú. Independientemente de los casos en los que Moscú ya había constatado su deslealtad, el Servicio de Inteligencia Militar soviético en España había informado a Moscú de las sospechosas actividades en las que Feldbin había participado. Informado él de que en la URSS no le esperaba precisamente un recibimiento caluroso, Feldbin desapareció misteriosamente, eso sí, llevándose 60.000 dólares USA de la caja de su “oficina”, y sólo apareció más tarde en los EEUU, donde había llegado a través de Canadá. La mayoría de la documentación relacionada con su huida sigue inaccesible para su consulta en los archivos (otro ejemplo del secretismo ruso-comunista) y por lo tanto, al día de hoy, no se puede valorar en toda su dimensión el daño que supuso para la red soviética de contraespionaje su actividad desleal. 

Sí es de dominio público que ayudó a desmantelar la red de informadores y agentes introducida alrededor de Trotski, y que informó a éste del detalle de los planes para su liquidación. Luego, lo que ya es más conocido, participó en las campañas de propaganda de la CIA durante la guerra fría, con la publicación de libros sobre los “crímenes del estalinismo”. ¿De quién recibía instrucciones Feldbin? ¿De los soviéticos, de los franceses, de los alemanes, de los británicos o de los norteamericanos? Parece más probable que de todos al mismo tiempo. Vamos a suponer que recibía instrucciones solamente de la URSS. ¿Quién era entonces su jefe inmediato? ¿De quien dependía políticamente? ¿Cuál era la vertical de poder de la que dependía Feldbin? ¿Acaso recibía las órdenes directamente del Narkom (ministro) de Asuntos Internos o del propio Stalin? Después de conocer esta pequeña semblanza biográfica del personaje Feldbin, es difícil asegurar que era un “agente” de Stalin.

Asesores soviéticos
Es necesario hacer una pequeña incursión por la historia soviética para entender por qué son tan importantes estos detalles. Junto con Feldbin, otros asesores soviéticos estuvieron en la España republicana durante los años de la guerra. Algunos de ellos muy conocidos, otros, no tanto. Veamos unos pocos ejemplos.

Mijail Efimovich Koltsov es de los más conocidos. Su verdadero apellido era Fridliand, judío nacido en la ciudad de Kiev. Fue redactor jefe de las revistas Ogoniok y Krokodil. Miembro de la redacción colegiada del diario Pravda y corresponsal de este periódico en el extranjero (de 1922 a 1938). Fue uno de los directores de la Sección Extranjera de la Unión de Escritores de la URSS. Fue delegado en el Congreso Internacional en Defensa de la Cultura en París en 1935 y en Valencia en 1937. Llegó a España en 1936 como corresponsal de Pravda. Sus artículos fueron publicados regularmente en Moscú, donde en 1938 apareció una recopilación de estos artículos bajo el título de Diario español. En junio de 1938, ya en Moscú, fue elegido diputado del Soviet Supremo de la RSFSR. En la noche del 12 al 13 de diciembre de 1938 fue detenido en la redacción del periódico Pravda. Fue juzgado, y el 1 de febrero de 1940 fue condenado a muerte. 

Otro importante asesor soviético en España fue Iosif Grigulevich, cuyo verdadero nombre era Iuozas Griguliavichus. Lituano, nacido en la ciudad de Vilnius. Judío karaim. Desde muy joven comenzó a trabajar en el extranjero a través del MOPR. La mayor parte de su carrera la desarrolló en Iberoamérica. De hecho llegó a la España republicana procedente de Argentina. Al llegar a Madrid adoptó el nombre de José Ocampo. Trabajó con Naum Belkin, con Feldbin, Naum Eitingon, Koltsov, Eremburg, etc. (todos ellos judíos). Trabajó en la lucha contra las bandas de ladrones en Madrid y en la persecución de los grupos que se dedicaban a realizar “paseos”. Participó en el desmantelamiento de más de 200 checas de Madrid, muchas de las cuales “pedían” dinero a los detenidos con el que se “autofinanciaban”. Estuvo en Barcelona en los sucesos de mayo de 1937, participó en los combates en la ciudad y más tarde escribió sobre estos sucesos reconociendo la dureza de los combates. Participó en la detención de anarquistas en Barcelona y en la detención de dirigentes del POUM, entre ellos Andreu Nin, al que trasladaron a Madrid. Junto con Siqueiros fue uno de los organizadores y participantes en el atentado fallido a Trotski de mayo de 1940. Trabajó después en Argentina, Chile, Uruguay, Brasil e Italia. Finalmente, alcanzó la cima de su carrera como agente secreto cuando, con el nombre de Teodoro Castro, fue nombrado embajador de Costa Rica ante el Vaticano. Ya de vuelta en la URSS, en 1957, defendió su tesis doctoral: “El Vaticano. Religión, finanzas y política”. Desarrolló una intensa vida académica publicando una gran cantidad de trabajos científicos. Fue miembro del Instituto de Etnografía de la Academia de Ciencias de la URSS y uno de los fundadores del emblemático Instituto de América Latina, también de la Academia de Ciencias de la URSS.

German Gansovich Yagan, judío de Estonia. Coronel. Asesor militar en la España republicana entre 1936 y 1938. De vuelta a Moscú fue fusilado el 8 de julio de 1938. Semion Moiseevich Krivoshein, judío. Durante su estancia en España dirigió varias unidades de tanques. Luchó contra los japoneses en el lago Jasan en 1938 y contra los finlandeses en 1939-1940. Luchó durante toda la Guerra Patriótica, destacándose en la Batalla de Berlín. Héroe de la Unión Soviética. Profesor en la Academia Militar Frunze de Moscú. Murió en 1978. Grigorii Shtern. Judío. Militar. En 1937 y 1938 fue Asesor Militar en España. Participó en la batalla de Jaljin-Gol y en la guerra fino-soviética de 1939-1940. Héroe de la Unión Soviética. El 7 de junio de 1941 fue detenido y fusilado el 28 de octubre del mismo año.

¿Qué tenían en común estas personas? El hecho de que todos eran judíos. Unos eran agentes de diferentes servicios secretos soviéticos y otros eran militares. Unos acabaron fusilados al poco tiempo de pasar por España. Otros no, y tuvieron larga vida y éxito profesional.

La presencia judía
El 10 de julio de 1934 el Comité Central Ejecutivo de la URSS creó el Comisariado Popular de Asuntos Internos de la URSS. Genrij Yagoda, judío, fue nombrado Narkom (ministro) de Asuntos Internos (su verdadero nombre era el de Yegoda Gershenovich Enoj). En noviembre de 1935 en los servicios de Seguridad Nacional del NKVD fue establecido un sistema de grados y empleos similar al militar, aunque con diferente nomenclatura. La máxima graduación era la de Comisario de Seguridad Nacional (equivalente a general), que podía ser de primera, segunda y tercera categoría. Treinta y siete personas recibieron el grado de Comisario de Seguridad Nacional. De ellos: diecinueve judíos, diez rusos, cuatro letones, dos polacos y dos georgianos. Llama la atención el elevado porcentaje de judíos, el 51%, cuando el porcentaje total de población judía en la URSS no llegaba en aquellos años al 2%. Esta composición étnico-nacional de la cúpula del NKVD era extensible al resto del comisariado.

Hay una amplia bibliografía en la que se estudia el importante papel de los judíos en la revolución rusa. Una gran cantidad de jóvenes procedentes de las aldeas situadas en los territorios que históricamente habían permitido el establecimiento de judíos se incorporaron con gran energía al movimiento revolucionario ruso a partir del último tercio del siglo XIX. Su presencia y protagonismo no hizo más que aumentar con el tiempo, incorporándose a las organizaciones y partidos revolucionarios ya existentes o creando otros específicamente judíos, como fue el caso del BUND (Unión General de Trabajadores Judíos de Lituania, Polonia y Rusia) o el Partido Comunista Judío. Aunque en los momentos iniciales de la Revolución de Octubre algunas organizaciones como el BUND fueron contrarias a los bolcheviques, más tarde, después de pasar por escisiones y unificaciones varias, acabaron incorporándose mayoritariamente al Partido Comunista de toda la Unión (bolchevique).

Un rasgo determinante de estos jóvenes revolucionarios fue su entrega generosa a la causa que abrazaban, incorporando al movimiento revolucionario unas altas dosis de mesianismo y apasionamiento que se manifestaba principalmente en el empeño que ponían en cumplir las misiones que les eran encomendadas. Otro rasgo importante fue la concentración de estos jóvenes judíos en el Ejército Rojo de Obreros y Campesinos y en las diferentes instituciones y órganos de seguridad del Estado. Con el paso del tiempo, ya en los años 30 del siglo XX aquellos jóvenes fueron ascendiendo en la cadena de mando y atrayendo y promocionando a otros jóvenes, generalmente también judíos. Eso explica, en gran medida, la alta concentración de judíos en el NKVD en la segunda mitad de los años 30. Pero lo más importante, esta forma de captación y promoción estaba sustentada sobre relaciones personales y afinidades ideológico-políticas. De tal manera que fueron creándose y consolidándose diferentes grupos y clanes familiares que con el paso del tiempo y sobre la base de rivalidades políticas o personales llegaron a un grado tal de enfrentamiento que generó una lucha sin cuartel entre aquellas “familias”.

Las guerras internas
Quien piense de forma maniquea que en la URSS de aquellos años había dos bandos, los trotskistas y los estalinistas y que los primeros eran los buenos y los segundos los malos, se equivoca. Lo mismo que se equivoca el que piense que Stalin tenía el monopolio del empleo de la violencia a través de las estructuras del Estado. Los grupos contrincantes eran muchos y poderosos y todos aprovecharon las parcelas de poder que tenían en las estructuras del Estado para emplear la violencia en la lucha contra sus enemigos. Y otra cosa, las causas de las luchas no siempre eran tan honorables como la defensa de un modelo de socialismo. Aspectos tan terrenales y prosaicos como el dinero y el poder eran, en la mayoría de los casos, el trasfondo último de aquellos conflictos.

Genrij Yagoda fue cesado como Narkom (ministro) de Asuntos Internos en septiembre de 1936. Fue arrestado más tarde, el 5 de abril de 1937. Juzgado y condenado a muerte, fue fusilado el 15 de marzo de 1938.

El 26 de septiembre de 1936 Nikolai Ivanovich Ezhov, ruso, fue nombrado Narkom de Asuntos Internos. Nada más tomar posesión de su cargo Ezhov inició una limpieza de su ministerio. Ezhov, estaba estrechamente vinculado con algunos de los clanes familiares judíos (y no solamente porque su segunda esposa fuese judía) e inmediatamente comenzó a sustituir a todos aquellos altos cargos del Comisariado de Asuntos Internos vinculados a Yagoda (Enoj), el anterior Narkom, por personas de su entorno más cercano. Un ejemplo ilustrativo: los cuatro primeros nombramientos de altos cargos que realizó Ezhov fueron: Mijail Iosifovich Litvin, Isaac Ilich Shapiro, Vladimir Efimovich Tsesarskii y Semion Borisovich Zhukovskii. Todos ellos judíos. A los cambios en la cúpula siguió una cascada de cambios y sustituciones por todo el NKVD. En multitud de casos los cambios y sustituciones estaban fundamentados por actitudes de revancha, y los ceses implicaban la eliminación física del contrincante.

Apenas dos años más tarde, el 25 de noviembre de 1938, Ezhov fue cesado, más tarde detenido, juzgado y condenado a muerte. Fue ejecutado el 4 de febrero de 1940. Le sustituyó Lavrenti Beria, georgiano. Beria inició inmediatamente otra limpieza de cuadros del NKVD, y muchos fueron fusilados, pero en una proporción infinitamente menor. A partir de aquel momento la cantidad de judíos en las diferentes estructuras del NKVD descendió radicalmente. Pero lo más importante: durante un largo periodo fueron neutralizados los clanes políticos.

Stanislav Frantsevich Redens, polaco, era uno de los Comisarios de Seguridad del Estado de Primera Categoría de la lista de la que hablábamos antes. También era cuñado de Stalin. Su último cargo fue el de Comisario Popular de Asuntos Internos de Kazajstán. Allí tuvo como Vicecomisario a Mijail Pavlovich Shreider (su verdadero nombre Izrail Mendelevich Shreider, judío, detenido en 1938, juzgado y condenado a 10 años), quien años más tarde recogió en sus memorias una conversación con su jefe Redens: “Según palabras de Redens, después de tomar unas copas en la dacha, Ezhov se sinceró con sus subordinados presentes en la reunión. ¿De qué tenéis miedo? Todo el poder está en vuestras manos. Ejecutamos a quienes queremos y a quienes queremos perdonamos. Vosotros sois jefes regionales y sin embargo les tenéis miedo a los secretarios regionales del Partido, a quienes no conoce nadie. Tenéis que saber trabajar. Vosotros comprended que somos los más importantes. Es necesario que todos, comenzando por los secretarios regionales del Partido, se encuentren por debajo de nosotros. Tenemos que ser las personas con más autoridad en las regiones”. En estas palabras podemos apreciar una de las claves para entender la violencia de aquellos años. Stanislav Redens, cuñado de Stalin, fue fusilado ocho días después que el Narkom Ezhov. Como resumen podemos decir que en el año 1941, de aquellos treinta y siete Comisarios de Seguridad del Estado, sólo quedaban vivos dos. El resto se habían matado entre ellos en aquella guerra oscura.

Con la llegada de los asesores militares y de los agentes de los diferentes servicios de inteligencia soviéticos, la España republicana se convirtió en parte del teatro de operaciones en el que se desenvolvió aquella lucha. Se trajeron su guerra a otra guerra, lo que dio un carácter más dramático a sus luchas intestinas, porque en muchas ocasiones sus acciones tenían consecuencias negativas para la causa republicana. Una parte de sus iniciativas o de sus acciones obedecían a las directrices de sus jefes, en muchos casos no de sus jefes jerárquicos, sino de los líderes de las familias políticas a las que pertenecían y estaban destinados a mermar o socavar la influencia y el poder de los otros grupos. Muchos de aquellos asesores y agentes murieron en España. Otros, una vez aclaradas sus responsabilidades, fueron fusilados al volver a la URSS. Otros huye- ron. Otros continuaron viviendo y haciendo su trabajo.

¿Fue Stalin el único responsable de aquella guerra oculta, o fue una parte más en el conflicto? La historiografía occidental sobre la URSS, saturada de su componente antisoviético y rusófobo mete todas las víctimas de aquella terrible tragedia en una gran chistera de mago de circo y saca al público un fantasma: el del estalinismo. Y con eso lo explica todo.

Las sacas
Sigamos con España, Paracuellos y los comunistas españoles. “La recomendación de la NKVD la puso en marcha Pedro Fernández Checa, Secretario de Organización del PCE.” Está afirmación tampoco nos dice nada. ¿De dónde sabemos que la recomendación fue del NKVD? ¿Del enigmático documento? Suponiendo que la recomendación fuese de Feldbin no hay nada que nos garantice que dicha recomendación obedecía a una directriz u orden de Stalin. Pudo ser una iniciativa del propio Feldbin, o de su jefe inmediato en algún lugar de Europa, EEUU o la URSS. ¿A qué familia política pertenecía Feldbin o su jefe, el que le dio la orden? ¿Esas decisiones las tomaba directamente Stalin, o el Comisario (Ministro) de Asuntos Internos, o eran competencia de algún mando intermedio que se extralimitó en sus funciones?

Pero bueno, el caso es que de pronto Fernández Checa pone en marcha la idea. Por lo tanto, el responsable ya no es el agente de Moscú, sino el político español. El agente de Moscú, en calidad de consejero o asesor, sugiere, propone, aconseja o asesora. Para eso le han llamado. Luego, es el cargo político español el que toma la decisión de asumir el consejo o la sugerencia. Por tanto él es el responsable (siempre queda el consuelo de que pudo ser convencido de manera artera por el supuesto agente comunista de Moscú de lo útil que era liquidar masivamente a sus enemigos).

Aprovechando su posición de Secretario de Organización del PCE, Fernández Checa convoca a “militantes comunistas y anarco-sindicalistas quienes se encargaron de los aspectos operativos (...) todos colaboraron en la liquidación de la presunta quinta columna”. Vamos a suponer que eso fue así, pero ¿por qué ninguna autoridad impidió que durante un mes se fusilara de manera indiscriminada a un número tan elevado de personas? Sobre todo, teniendo en cuenta que a estas personas se les sacaba, mediante listas nominales previamente elaboradas por alguien que conocía muy bien a las futuras víctimas, de instituciones penitenciarias cuya custodia era prerrogativa del Estado. ¿Dónde estaban entonces las autoridades de la República? ¿Se habían volatilizado? Para empezar, el Gobierno de la República se había marchado de Madrid huyendo de Franco. Desde los días iniciales del Alzamiento de Franco y los suyos, los presidentes del Gobierno de la República y sus ministros no supieron o no quisieron hacer nada. El Estado se convirtió en un caos. El que no dimitió, hizo dejación de sus funciones hasta ver qué pasaba... Cuando parecía que el Gobierno presidido por Largo Caballero iba a tomar las riendas de la situación, se produjo el abandono de Madrid y el traslado del Gobierno de la República a Valencia. ¿Quién se hizo cargo del poder republicano en Madrid? Pues la Junta de Defensa de Madrid presidida por el General Miaja y con participación de todas las organizaciones del Frente Popular. Luego, la representación del Estado republicano en la ciudad de Madrid fue la Junta de Defensa de Madrid.

Continuemos. “Las primeras ‘sacas’ se examinaron en una de las periódicas reuniones de la Junta de Defensa de Madrid. Ninguno de sus componentes pudo alegar desconocimiento sobre lo ocurrido. Dado que la presidía el general Miaja, sería difícil exonerarle de responsabilidad. También a los demás componentes. Uno de ellos, el Consejero de Orden Público, Santiago Carrillo”. ¿Qué significa “se examinaron en una de las periódicas reuniones”? ¿Alguien leyó un informe, o una noticia en un periódico, o comentaron un chisme que les había contado la portera del edificio? Decir eso es no decir, nuevamente, nada. ¿Qué examinaron? ¿La decisión de Fernández Checa? ¿Les pareció bien, la aprobaron, la rechazaron o se encogieron de hombros todos al unísono? Podemos entender que “se estudió la propuesta de Don Fulano de tal, representante de tal organización para fusilar, trasladar, liberar, etc. a las personas detenidas en varias cárceles de la ciudad de Madrid...”. Después de estudiar la propuesta los miembros de la Junta se pronunciarían a favor o en contra y el Presidente de la misma ratificaría la decisión. O quizá al ser un órgano especial, la Junta no decidía por votación y las decisiones las tomaba el Presidente. Todo parece indicar que la Junta deliberó sobre ese asunto y tomó una decisión. Por lo tanto, si eso fue así, la Junta fue la responsable de los fusilamientos, independientemente de quiénes apretaran el gatillo.

Llama la atención el doble rasero con el que se escribe la historia. Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial y se llevó a cabo el Juicio de Nuremberg, se condenó a los jerarcas nazis por los crímenes cometidos. Sin embargo a muy pocos de los millones de soldados que se entretuvieron en la URSS en exterminar a la población civil soviética (unos dieciséis millones de personas, sí, dieciséis, y nadie habla de holocausto soviético) se les exigieron responsabilidades. Los pobres eran soldados y obedecían órdenes. Claro, que pusieron bastante empeño en el cumplimiento de aquellas órdenes para llevar a cabo tal exterminio de población civil. A aquellos soldados se les perdonó todo y con el tiempo se convirtieron, paradojas de la historia, en demócratas víctimas de la ocupación soviética. Hasta tal extremo, que el ínclito John Fitzgerald Kennedy, paradigma de la democracia occidental, se subió a una tribuna frente al muro de Berlín para decir aquello de que “todos los hombres libres, donde quiera que vivan, son ciudadanos de Berlín. Y por lo tanto, como hombre libre, estoy orgulloso de decir: yo también soy berlinés”. En aquellos tiempos (1963), en Berlín vivían precisamente aquellos soldados, hombres libres, que habían llevado a cabo las matanzas de civiles en la Unión Soviética. ¿Quizá para llevar la libertad a los eslavos infrahumanos? Supongo que Kennedy, cuando dijo que también era berlinés, conocía y asumía aquella faceta de sus admirados berlineses y no obstante se preocupó por la “libertad” de ellos. Sin embargo, en el caso que ahora analizamos, se hace todo lo contrario. Se exonera a los responsables políticos y militares que tomaron la decisión de los fusilamientos (por ejemplo García Oliver, Santiago Carrillo o el general Miaja), y se hace responsable a los supuestos “militantes comunistas y anarco-sindicalistas, quienes se encargaron de los aspectos operativos”.

Las “sacas” se realizaron durante todo el mes de noviembre y algunos días de diciembre. Fue un acto continuado en el tiempo y un secreto a voces del que tenía perfecto conocimiento el Gobierno de la República en su nueva sede de Valencia. De pronto, un buen día “Las ‘sacas’ se paralizaron por intervención del anarquista Melchor Rodríguez. Volvieron a reanudarse después de que éste quedara desautorizado por el ministro de Justicia, el expistolero García Oliver”. ¿Dónde está aquí el sentido común? Resulta que toda una Junta de Defensa de Madrid, que tiene bajo su mando a un gran dispositivo militar y policial, no puede hacer nada para impedir los fusilamientos, y de pronto un señor anarquista que se llama Melchor Rodríguez y que es Director de Prisiones, sin confirmar en el cargo, paraliza las sacas de la noche a la mañana. ¿Cómo es posible que lo que no pudo hacer la Junta de Defensa de Madrid lo hiciera Melchor Rodríguez desde su cargo de Director de Prisiones? ¿Qué fuerzas tenía a su cargo? ¿Qué mecanismos de poder tenía para implantar su autoridad? Pero continuamos en el asombro. El 14 de noviembre el ministro de Justicia, “el expistolero García Oliver” se presenta en Madrid con el Director de Prisiones titular, Juan Antonio Carnicero Giménez, y desautoriza a la única persona que había intervenido para detener aquella barbaridad. Y Melchor Rodríguez, un hombre al parecer responsable y consecuente, dimite. Y las “sacas” y los fusilamientos vuelven a empezar y continúan hasta el día 4 de diciembre, fecha en la que cesan definitivamente tras ser nombrado nuevamente Director de Prisiones el anarquista Melchor Rodríguez.

Pues bien, a pesar de todo lo anterior, nuestros historiadores insisten. Los responsables de Paracuellos fueron, por este orden: los soviéticos del NKVD, Fernández Checa y los comunistas españoles. No en vano la operación de Paracuellos “respondía al modus operandi comunista. El secretario de Organización era (...) el enlace con los servicios de inteligencia soviéticos”. Además, “Fernández Checa era también el responsable de una sección consustancial a toda organización de corte leninista: el aparato secreto o ilegal, compuesto de ‘cuadros especiales’ que se activaban según el contexto en que se desenvolviera el partido. (...) Algunos se formaban in situ; otros, como Santiago Álvarez Santiago (...) se instruyeron en la sección especial político-militar de la Escuela Leninista en Moscú o en su seminario político”. Este párrafo parece extraído de un grotesco guión de cine... Vaya obsesión con el modus operandi comunista, con el secretario de organización, con los soviéticos, con los cuadros especiales que se activaban (¿con alguna palabra mágica?), con la escuela leninista, etc. Evidentemente eso lo explica todo: el comportamiento del Gobierno de la Re- pública, el comportamiento de la Junta de Defensa de Madrid y el comportamiento concreto del Ministro de Justicia que destituye al único alto cargo de su ministerio que había conseguido, al parecer con muy poco esfuerzo, detener los fusilamientos. Así se escribe la historia.

Responsabilidades compartidas
No tratan estas páginas de ser un pliego de descargo de los comunistas. Pero sí tratan de llamar la atención sobre el empeño de muchos autores en hacer de los comunistas los únicos responsables de cualquier tragedia o suceso negativo. El Gobierno de la República en Valencia sabía de los hechos y no sólo no hizo nada por impedirlos, sino que cuando un alto cargo del Estado, el Director de Prisiones, paralizó los fusilamientos, envió a su Ministro de Justicia para llamar al orden a tan descuidado cargo. El Gobierno no utilizó, hasta el 4 de diciembre los grandes recursos que tenía para impedir los fusilamientos. En cuanto a la Junta de Defensa de Madrid, desde el primer día debatió las “sacas”en sus reuniones. Y no sólo no hizo nada por impedirlo, sino que todo indica que fue ese órgano de poder del Estado el que dio la orden y el que delegó en varios de sus miembros para la ejecución de la operación. Es evidente que los comunistas, como parte del Gobierno de la República y de la Junta de Defensa de Madrid comparten la responsabilidad política de aquellos acontecimientos con las otras organizaciones representadas en la Junta y en el Gobierno. Lo mismo ocurre con las personas, entre ellas Santiago Carrillo, que representaban a las organizaciones y partidos en el Gobierno y en la Junta de Defensa de Madrid.

No parece muy ético seguir intentando cerrar en falso las cuestiones históricas pendientes culpando, de nuevo, a los comunistas de todos los males. Semejantes intentos acaban convirtiéndose en burda propaganda anticomunista y antisoviética (cualquiera diría que todavía piensan que la URSS sigue existiendo). Y desde luego no es correcto culpar en exclusiva (o al 99%, según el método porcentual con que los chinos han valorado la época de Mao) a la “mano de Moscú” y a los comunistas españoles y sus supuestos métodos estalinistas. Sin embargo, personas de la talla de Gibson no tiritan a la hora de hacer afirmaciones temerarias: “Para Gibson, Carrillo ‘sabía perfectamente cómo habían sido’ los hechos en Paracuellos, pero ‘los que mandaban eran los asesores rusos, que tenían métodos estalinistas, terribles y espantosos’. (Público.es, edición de 16-10-2012). 

No sé si se dan cuenta quienes recurren a estos argumentos, pero ya aburren con la misma cantinela durante tantos años. Los que se llaman historiadores, ¿no tienen un poquito de curiosidad para ir más allá de la repetición de las mismas tonterías durante tanto tiempo? La rica historia del periodo soviético la reducen a cuatro estereotipos que no se cansan de repetir una y otra vez. ¿De verdad piensan que todo era tan burdo como se empeñan en presentar? Podrían cambiar de tercio y dedicarse a investigar la historia del periodo soviético. Les aseguro que es apasionante. Sólo un consejo. Si alguna vez se deciden, guarden la bibliografía anglosajona en un baúl, ciérrenlo con llave, tiren la llave al río. Vénganse a Rusia, aprendan ruso, hártense de leer la bibliografía rusa, trabajen en los archivos rusos, hablen con la gente, y luego, cuando recuperen los libros que guardaron en el baúl, verán lo ridículos que les parecerán la mayoría de ellos. No tengan miedo, no piensen que encontrarán entre los rusos una actitud unánime de defensa del pasado soviético. Todo lo contrario, son muchos los rusos que condenan el pasado soviético, pero al menos conocerán el debate desde dentro, con la presencia de todas las opiniones y versiones.

Hay otra cuestión importante. Después de tantos años de finalizada la guerra civil española de 1936-1939, después de tantos años transcurridos desde la muerte del dictador Franco y del inicio de la transición democrática, después de tantos años de la desaparición de la URSS, no se entiende el silencio del Partido Comunista de España. Se puede entender que durante los años de la transición el PCE no tuviera tiempo de dedicarse a una reflexión interna sobre su propia historia. Pero después de la tranquilidad impuesta por su casi desaparición de la vida política de España, después de haber entregado a Izquierda Unida el protagonismo de la lucha política diaria, ¿por qué hasta el día de hoy el PCE no ha iniciado un proceso de reflexión sobre su historia y ha dejado que sean otros los que la han escrito y siguen escribiéndola? Resulta patética tanta dejadez y abandono. No tiene perdón tanto derroche de tiempo histórico y de biografías desaprovechadas.

Urge esa reflexión. Es necesario que clarifiquen y escriban su historia. Que reconozcan sus responsabilidades, allá donde las tuvieran. Sobre todo en los asuntos oscuros como en Paracuellos del Jarama. El silencio por respuesta ya hace tiempo que nos les ayuda en nada. Aunque hay cosas peores que el silencio.
El Viejo Topo 300 / enero 2013

lunes, 1 de julio de 2013

EL CÍRCULO CERCANO DE STALIN. Entrevista a Antonio Fernández Ortiz


El círculo cercano de Stalin

Entrevista a 
Antonio Fernández Ortiz


por Miguel Riera
(El Viejo Topo, febrero de 2013)


Ensayista, novelista, Antonio Fernández vive habitualmente en Moscú, sin perder en ningún momento su contacto con España, que visita frecuentemente. Antes de su último libro, ¡Vive y lucha! Stalin a través de su círculo cercano, había publicado Chechenia versus Rusia y la novela Memorias de Espartania, centrada en acontecimientos de la guerra civil española.

—Últimamente se han publicado varios libros sobre Stalin, entre ellos el tuyo. ¿A qué crees que ha de atribuirse este renovado interés?


—Stalin sigue siendo el personaje central alrededor del cual gira la historia de la Unión Soviética. Los principales ataques a la URSS se han hecho durante décadas a través de la figura de Stalin. A nadie escapa que el ataque más virulento y el que más afectó al personaje fue el informe de Nikita Jruschov en el XX Congreso del PCUS. Por un lado, legitimó parte de las criticas y acusaciones que ya se le hacían desde los años treinta del siglo XX, principalmente por lo que vino en llamarse trotskismo, y por otro sirvió de base para una nueva oleada de críticas y condenas, que con mayor o menor intensidad, se prolongan hasta la actualidad. Fuera de la URSS y de Rusia la crítica a Stalin ha sido una constante desde los años 50 de siglo XX y cualquier historiador o “sovietólogo” que se preciara debía incluir en su trabajo una dura condena al personaje.


—¿Y en la URSS?


—En la URSS, a finales de los 60, durante la década de los 70 y a principios de los 80, Stalin fue a parar a un limbo histórico. Más allá del minúsculo fenómeno de los disidentes, pocos eran los que recurrían a su figura para criticar a la URSS. Esa tendencia se invirtió durante la Perestroika. En aquellos años se aplicó una elaborada campaña de desmantelamiento de la memoria histórica de la Unión Soviética y de Rusia. Fueron elegidos para su destrucción, de forma muy acertada, los elementos básicos sobre los que se soportaba esa memoria histórica, y la figura de Stalin resultó ser uno de esos soportes fundamentales. Se recurrió entonces a una condena absoluta de Stalin para desacreditar a la URSS y “clavar el último clavo en el ataúd del comunismo”, tal como se expresaban los arquitectos de la Perestroika. Durante décadas prácticamente no ha existido debate, sino una gran avalancha de opiniones y publicaciones que mostraban al personaje desde un único punto de vista. Tanta insistencia en la condena de Stalin ha resultado finalmente contraproducente para sus enemigos, ya que le ha hecho estar permanentemente de actualidad. A modo de espíritu de la historia, al que no se le ha dejado descansar en paz. Los continuados intentos de cerrar en falso el debate sobre el papel de Stalin en la historia soviética no han terminado de cuajar, y ahora, pasados ya bastantes años desde la derrota de la URSS, es lógico que se vuelva sobre él sin la presión que supuso la Perestroika y la caída de la Unión Soviética. Además, ahora se dispone de una gran cantidad de materiales de archivo, de memorias y testimonios de la época que permiten trabajar con mayor distanciamiento del personaje y del debate político de coyuntura.


—Algunos trabajos, como el de Domenico Losurdo y en cierto modo el tuyo propio tratan de contextualizar las decisiones de Stalin, poniendo de manifiesto las complejidades del momento. Sin embargo, ello no parece suficiente para exonerarle de graves responsabilidades en la eliminación física de tantas personas, comunistas y no comunistas.


—En mi caso, el objetivo de mis trabajos no es exonerar a Stalin, sino conocer y entender la historia de la URSS. Stalin y lo que ha venido en denominarse estalinismo son sólo una parte más de esa historia. Incluso se puede afirmar que, en el contexto de la historia soviética, el llamado estalinismo es algo secundario. No obstante, es evidente que precisamente esa parte de la historia soviética es la que más se ha sobredimensionado y manipulado. Si hablamos de contextualizar, no podemos referirnos sólo a entender el contexto histórico internacional y las presiones a las que estaba sometida la URSS por parte de las potencias occidentales y Japón. Habremos de contextualizar también la vida interna de la URSS hasta en sus aspectos más cotidianos. Tendremos que hablar entonces de aspectos bastante desagradables que superan la percepción romántica de la revolución y tendremos que enfrentarnos con el factor humano en todas sus dimensiones, en especial con aquellos componentes violentos de la naturaleza humana que tan bien nos muestra Dostoievski en su obra literaria.


—En cualquier caso, estamos ante centenares de miles de muertos, muchos de ellos viejos compañeros de luchas...


—Se ha escrito mucho sobre las represiones de Stalin, pero muy poco sabemos de lo que en realidad se esconde detrás de ese trágico capítulo de la historia soviética. Si hablamos de las cifras, las tenemos para todos los gustos. Por ejemplo, S. Cohen habló en su día de nueve millones de reclusos en el año 1939. A. V. Antonov-Ovseenko dijo que desde el año 1935 hasta el año 1941 fueron represaliadas 19.840.000 personas, de las cuales siete millones fueron fusiladas. Roi Medvedev lanzó la cifra de 40 millones de personas represaliadas, incluyendo la colectivización, su secuela de hambre y las deportaciones étnicas. O. A. Platonov afirmó que entre los años 1918 a 1955, en los campos de reclusión murieron 48 millones de personas. V. A. Chalikova dijo que entre los años 1937 y 1950 por los campos de trabajo pasaron más de 100 millones de personas, de las que murieron 10 millones. El colofón fue puesto por el Premio Nobel de Literatura Alexander Isaevich Solzhenitsin quien en un programa de José María Íñigo en Televisión Española en 1976 dijo que el número de muertos como consecuencia del sistema soviético fue de 110 millones.


Sin embargo, si estudiamos a fondo los distintos trabajos de investigadores serios que han pasado largos años investigando en los archivos soviéticos, vemos que todas esas cifras no tiene nada que ver con lo realmente ocurrido durante aquellos años. Víctor Zemskov, quien a todas luces es el investigador más serio, nos dice que la cantidad total de personas condenadas a la máxima pena (muerte) en la URSS por delitos contra la revolución y otros delitos especialmente peligrosos durante el periodo comprendido entre los años 1921 a 1953 fue de 799.455. También nos dice este autor que la mayor parte de las condenas a la pena capital se concentran en dos años. El año 1937 con 353.074 personas y el año 1938 con 328.618 personas. Por contraste, los años anteriores y posteriores ofrecen unas cifras muy diferentes. Así en el año 1936 fueron condenadas 1.118 personas. En el año 1939, 2.552 personas, y en el año 1940, 1.649 personas. Es decir en dos años fueron condenadas y ejecutadas 681.692 personas, lo que supone el 85,27% de todas las condenas a muerte del periodo comprendido entre los años 1921 a 1953.


Con estas cifras ya tenemos una idea más aproximada de la envergadura de la tragedia en cuanto a su coste en vidas humanas, y también vemos que algo extraordinario ocurrió en aquellos dos años.


—Todos estos muertos, ¿fueron consecuencia de la voluntad de Stalin? ¿Fueron víctimas de Stalin?


—Evidentemente no. En lo ocurrido durante aquellos años se superponen varios conflictos. Por un lado la lucha contra la delincuencia en sus diferentes manifestaciones, en especial la corrupción, los delitos económicos y el crimen organizado. La mayoría de esos delitos, que podríamos considerar comunes, eran considerados en la URSS de aquellos años como delitos contra la revolución y se les aplicaban los mismos artículos del código penal que a los delitos políticos.


Por otro lado, tenemos la lucha contra los sabotajes en los centros de trabajo, tanto en la industria como en el campo o en centros de investigación. Luego tenemos un capítulo muy importante: la lucha contra la oposición política que decide pasar del debate político a la “acción directa”, es decir, a la organización de atentados terroristas, conjuras militares, golpes de Estado. Hay varios grupos que preparan este tipo de conjuras, que actúan por separado y que cuentan con sus correspondientes tramas militares y civiles.


Hay también otro aspecto muy importante: la existencia de grupos de poder que sin pretender un cambio de sistema político, luchan entre ellos por conseguir y mantener cuotas de poder dentro de las estructuras del Estado. En el lenguaje político y periodístico actual se suele hablar de “barones regionales” de tal o cual partido que luchan y se enfrentan entre sí de forma radical a pesar de pertenecer a una misma organización política. Bueno, pues ese tipo de conflictos no son algo nuevo. En la URSS de aquellos años se manifestaron de forma violenta dado el inmenso poder que estos “barones” tenían en sus territorios y regiones.


Hay que tener en cuenta que, en definitiva, de lo que se trataba era de una guerra interna no declarada. En ella se enfrentaron diferentes grupos que utilizaron al Estado en la lucha contra sus enemigos. Estas gentes, acostumbradas a la guerra y la lucha política durante largos años, no se andaban con muchas ceremonias a la hora de eliminar a sus contrincantes: la muerte se había convertido en algo cotidiano.


Por otro lado, aquellos conflictos generaron una dinámica muy particular en los círculos del poder, donde durante un determinado periodo de tiempo se impuso un ambiente de sospecha en el que cualquiera podría ser considerado enemigo. Esto dio lugar a que numerosas personas fuesen acusadas sin fundamento por unos u otros. Este fenómeno se vio agudizado por determinadas prácticas. Así, por ejemplo, si en un determinado colectivo se detectaba la presencia de “enemigos”, de delincuentes, saboteadores o cualquier otro tipo de conjurados, a veces se procedía a la detención de todo el grupo sospechoso, procediendo posteriormente a la clarificación de las responsabilidades.


—¿Y cómo vivía esa situación la población soviética?


—Aquella guerra interna no afectaba a la sociedad en su conjunto, sino que afectaba a un sector muy reducido de la población, a aquel que por su pertenencia al partido o a las diferentes instituciones del Estado se vio involucrado en el conflicto. La vida en la URSS continuaba cada día de forma habitual sin que aquella guerra fuera advertida por la inmensa mayoría de la población.


—¿Qué tipo de decisiones tomó Stalin en relación con esa guerra interna?


—Por paradójico que parezca la política de Stalin trató en todo momento de regularizar y normalizar el funcionamiento del Estado, persiguiendo la corrupción, los delitos económicos  y el crimen organizado de forma drástica, aplicando la pena de muerte para los casos raves. En España parece que no terminamos de entender el significado real de la corrupción y los delitos económicos vinculados al dinero público. El dinero que “pierde” el Estado significa, entre otras cosas, menos hospitales, menos médicos, menos educación, menos infraestructuras, etc. La falta de financiación del sistema sanitario, por poner un ejemplo, se traduce inmediatamente en la muerte de ciudadanos. En la URSS de aquellos años este tipo de delitos se castigaban de forma muy severa.


Pero lo más importante, la regularización del funcionamiento del Estado pasaba, sobre todo, por evitar que los “barones regionales” siguieran siendo “señores de horca y cuchillo”, y, por tanto, por concentrar el monopolio de la aplicación de la violencia en las instituciones del Estado, regulando su aplicación a través de la legislación y las normativas emanadas de los poderes del Estado. Se trataba, en definitiva, de arrebatar a los todopoderosos jefes regionales las prerrogativas de poder que ellos mismos se habían adjudicado partiendo de la base de que el poder les pertenecía por derecho de conquista, en este caso revolucionaria. Ese poder presuponía la capacidad de administrar justicia según el modelo de administración de justicia emanado del periodo revolucionario, es decir una idea de la justicia sumaria, con escasa relevancia o inexistencia de la defensa del acusado, sin derecho alguno de apelación, donde el acusado se convertía prácticamente de inmediato en enemigo de la revolución y había de ser ejecutado.


—¿Qué tipo de medidas concretas tomó Stalin para conseguir esos objetivos?


—Las reformas de Stalin durante los años treinta fueron encaminadas a normalizar todos aquellos aspectos de la vida soviética, a introducir la figura del detenido, de la presunción de inocencia, de la presencia del fiscal en los procesos y del establecimiento de los tribunales ordinarios que fueron sustituyendo paulatinamente a las troikas, a las comisiones especiales o a los tribunales revolucionarios que existían desde los años de la revolución y de la guerra civil. En este sentido, la labor de Andrei Vishinskii como jurista y como Fiscal General de la URSS fue muy importante. Esta regularización del Estado no fue bien recibida por una parte importante de la élite dirigente, de la “vieja guardia bolchevique”, que vio en la regularización una pérdida de su poder y de sus prerrogativas “revolucionarias” y que se resistió por todos los medios a su alcance. Fue entonces cuando esta “vieja guardia bolchevique” comenzó a hablar de contrarrevolución, de termidor, etc. Un bonito lenguaje para ocultar cuestiones mucho más prosaicas.


Dicho esto, hay que decir que Stalin y el llamado estalinismo fueron precisamente la eclosión, la manifestación de la parte más popular del proyecto bolchevique, aquella que estaba íntimamente vinculada con una visión campesina y mesiánica de la igualdad y de la justicia social. Ese pueblo abstracto, que tanto se reivindica en el discurso revolucionario de salón, en lo concreto, en su materialización histórica, es violento y duro en su manifestación cuando se llega precisamente al estallido revolucionario. Pero al mismo tiempo, el estalinismo es también la fase en la que esa violencia revolucionaria con un alto componente nihilista es conducida hacia la reconstrucción de la sociedad. En aquel contexto ni a Stalin ni a las gentes que le rodeaban les tembló el pulso a la hora de “llamar al orden” a unos y a otros. Fuesen enemigos políticos o delincuentes comunes.


—“Llamar al orden”... Bueno, fue una forma de hacerlo bastante drástica ¿no?


—Todo parece indicar que para Stalin y los estalinistas la historia no era un asunto filantrópico sino una lucha en la que no había que bajar la guardia. Manuel Azaña y los gobiernos republicanos españoles de turno tal vez no entendieron esta cuestión y no quisieron pasar a la historia clasificados como personajes sangrientos. Y en vez de condenar en juicios sumarísimos a los militares golpistas españoles, se limitaron a “llamarles la atención” y a enviarles a Canarias a bañarse y tomar el sol. A cambio, los militares, organizaron un golpe de Estado y una guerra civil sangrienta con las consecuencias que todos sabemos. Eso sí, Azaña ha pasado a la historia como un hombre bueno y un frustrado autor literario por culpa de la guerra. Por su parte, Stalin y los llamados estalinistas, no se anduvieron con demasiados remilgos. Hicieron limpieza en el Ejercito Rojo, en los ministerios, en el servicio secreto, en las empresas, etc., evitando que se llevaran a cabo varias conjuras militares, consolidando la economía y contribuyendo de forma decisiva a la posterior victoria en la guerra contra el nazismo y sus aliados europeos.


Pero cuidado, toda esta historia de las represiones es mucho más complicada de que lo hasta ahora llevamos dicho, sobre todo en lo relacionado con los comunistas y la tan admirada “vieja guardia bolchevique”.


—¿Complicada, en qué sentido?


—Veamos un apunte relacionado con la “vieja guardia bolchevique”, tan llorada por muchos comunistas. Sólo un ejemplo ilustrativo. Uno de los miembros más emblemáticos de aquella vieja guardia bolchevique fue Robert Indrikovich Eije (letón). Ingresó en el Partido Socialdemócrata del Territorio de Letonia en el año 1905. En 1925 fue Candidato a miembro del Comité Central del VKP(b) y desde 1930 miembro de pleno derecho. En el año 1935 Candidato a Miembro del Politburó del Comité Central. Desde el año 1930 fue Primer Secretario del Comité Territorial de Siberia Occidental del VKP(b). Conforme fue avanzando el tiempo, Eije se convirtió en uno de los jefes regionales más influyentes y con más poder dentro y fuera del partido. En el Pleno del Comité Central de diciembre de 1936, Eije realizó una dura intervención contra los antiguos compañeros de partido, acusados de trotskistas: “Los hechos, descubiertos por la investigación, nos muestran la fiera cara de los trotskistas ante todo el mundo (...) Camarada Stalin, enviamos al exilio varios convoyes de trotskistas... ¿Para qué demonios enviamos a semejante gente al exilio? Hay que fusilarlos. Camarada Stalin, estamos actuando de forma muy blanda...” En el año 1937, en el territorio bajo su control, fueron condenados a diferentes tipos de penas, incluida la pena de muerte, 34.872 personas. Ese mismo año, la envergadura de la catástrofe, Eije fue nombrado Narkom de Agricultura, para de esta forma alejarlo de su territorio en Siberia y de los resortes del poder que allí disponía. El 29 de abril de 1938 fue detenido y acusado de la creación de una organización letona-fascista. El día dos de febrero de 1940 fue declarado culpable y condenado a muerte. Fue fusilado ese mismo día.


Pues bien, durante la sesión del XX congreso del PCUS en el año 1956, en la que fue presentado el Informe Secreto sobre el culto a las personalidad y los excesos cometidos por Stalin, precisamente Eije fue utilizado por Nikita Jruschev como ejemplo de camarada, comunista ejemplar, condenado de manera injusta por Stalin por oponerse a sus “formas totalitarias” de ejercer el poder. El 14 de marzo de 1956 fue rehabilitado, post mortem, por el Colegio Militar del Tribunal Supremo de la URSS y el 22 de marzo del mismo año fue readmitido en el PCUS. Me parece que este tipo de hechos deben invitar, cuando menos, a una profunda reflexión sobre la naturaleza del denominado estalinismo y de lo ocurrido en la URSS en aquellos años.


—Bien, vayamos a tu libro, “¡Ve y lucha!” ¿A qué hace referencia el título?


—Según diferentes fuentes, son las palabras dirigidas por Stalin a su hijo mayor Yakov cuando se marchó al frente de batalla tras el ataque alemán a la URSS el 22 de junio de 1941. Han sido también elegidas porque resumen el estado en el que se encontraba la URSS en aquellos años (aunque en realidad habría que decir que fue el estado en el que se encontró durante toda su existencia). Y también porque reflejan la actitud de la inmensa mayoría de la sociedad soviética y de los dirigentes del partido y del Estado ante una guerra que se iniciaba de forma muy complicada para la URSS, y en la que participaron todos de forma sincera desde el primer momento. En el caso de los dirigentes, no trataron en ningún caso de poner a salvo a sus familiares más directos, sino todo lo contrario, les apoyaron en sus deseos de ir al frente a luchar. 


—¿Cayeron en la lucha algunos parientes próximos de los dirigentes más relevantes?


—Prácticamente todos perdieron en la guerra a alguno de sus hijos, amén de otros familiares cercanos. Los tres hijos de Anastas Mikoian fueron a la guerra. Vladimir, con 18 años, se incorporó al frente de batalla en junio de 1942 y apenas unos meses después murió en combate. Eso no fue un impedimento para que el menor de los Mikoian se incorporara en 1943, al mismo cumplir los 18 años, aunque con mejor destino que su hermano. La captura de Yakov, el hijo mayor de Stalin, al principio de la guerra no fue un impedimento para que Vasilii Stalin se incorporara al frente, lo mismo que Artiom, el hijo adoptivo de Stalin. Vasilii, para evitar ser capturado por los alemanes y correr la misma suerte que su hermano, volaba sin paracaídas. Yakov fue asesinado por los alemanes en un campo de prisioneros, aunque eso sólo se supo tras finalizar la guerra. También murió Timur Frunze, el hijo del legendario Frunze. Tenía 19 años cuando cayó en un combate desigual contra 8 cazas enemigos, pero después de derribar dos. Sergo Beria también fue a la guerra en cuanto cumplió los 18 años, pero tuvo mejor suerte y sobrevivió al conflicto. La lista de jóvenes héroes es muy extensa, y a ella hay que añadir los nombres de muchos españoles, entre ellos el de Rubén Ruiz Ibárruri, el hijo de Pasionaria, que cayó en combate en la terrible batalla de Stalingrado y que está enterrado en una alameda en el mismo centro de la ciudad.


—Tu libro se desarrolla en torno a una entrevista efectuada a V.F. Alliluev. ¿Quién era este personaje?


—Vladimir Alliluev fue sobrino de Stalin. Su madre Anna Allilueva era hermana de Nadezhda Allilueva, la segunda esposa de Stalin. De él puede decirse que nació, creció y se educó en el vórtice del huracán. Su padre fue Stanislav Redens, un polaco que fue secretario personal de Félix Dzerzhinskii y que llegó a ocupar cargos muy importantes en la estructura de los órganos de seguridad de Estado. De hecho fue una de las pocas personas que en el año 1935 recibieron el grado de Comisario de Seguridad Nacional, en su caso, de Primera Categoría. Este hombre llegó a ser la cabeza de un importante “clan” dentro de las estructuras del NKVD y participó de forma muy activa en las luchas internas de finales de los años treinta. Junto con Nikita Jruschev fue uno de los responsables de las represiones en la región de Moscú y en Ucrania. Finalmente fue arrestado en el año 1938, juzgado, condenado y fusilado sin que en ningún momento le sirviera como privilegio su relación familiar con Stalin.


La madre de Vladimir Alliluev fue arrestada en 1948 y pasó cinco años en la cárcel. Las causas fueron otras, pero tampoco le sirvieron de atenuante sus vínculos familiares con Stalin, más bien al contrario. Tras el arresto de su madre, el joven Vladimir, fue adoptado por su tío Fiodor, el hermano menor de su madre, por lo que finalmente cambió su apellido paterno, Redens, por el materno, Alliluev. Continuó con su vida y sus estudios y con el tiempo llegó a ser un importante ingeniero que trabajó en centros de investigación relacionados con el programa nuclear soviético y con el programa de investigación del cosmos.


Tan agitada vida familiar, que en otra persona hubiese propiciado una actitud antisoviética y, por supuesto, antiestalinista, no le hizo perder la capacidad de enfrentarse a la historia de su familia y a la historia de la URSS con bastante objetividad. En el año 1995 publicó un libro muy interesante sobre su familia en el que aparecen una gran cantidad de personas del entorno de Stalin. Le conocí a través de Serguei Kará-Murzá, y finalmente accedió a que grabara un par de largas conversaciones. Me pareció en todo momento una persona muy seria, bastante objetiva y con mucho sentido común.


—Para finalizar: “¡Ve y lucha!” está plagado de anécdotas, que hacen que sea de lectura muy agradecida, que se disfrute sea cual sea la opinión que se tenga de esa época y Stalin. Pero al final el lector saca una conclusión: que el poder de Stalin no era omnímodo, y que su figura real no se corresponde con la imagen más divulgada por los historiadores, al menos en Occidente. ¿Compartes esa opinión?


—Sí, por supuesto. El poder en la URSS fue siempre un delicado equilibrio de fuerzas entre diferentes grupos y tendencias políticas, y los enfrentamientos y las luchas estuvieron siempre al orden del día. En muchas ocasiones estas diferentes tendencias colaboraban entre sí, en otras llegaron a protagonizar un enfrentamiento mortal. El bolchevismo, en su origen, fue un movimiento que albergaba en su seno a diferentes proyectos de construcción social. Y esa pluralidad, que se mantuvo en todo momento, estuvo detrás de la constitución de estos grupos. En época de Stalin el poder se ejercía de forma colegiada, incluso durante la guerra, que fue el periodo en el que Stalin concentró un mayor poder personal.


Esto no quiere decir que Stalin no dispusiera de un gran poder. Lo tuvo, efectivamente, pero no fue el mismo en cada momento. Durante mucho tiempo tuvo que compartir y repartir el poder con otras gentes y otras tendencias, y en algunas ocasiones estuvo a punto de perderlo. Esto último, perder el poder, no era tan difícil. Sírvanos de claro ejemplo lo ocurrido con Lavrenti Beria apenas unos meses después de la muerte de Stalin.


Por desgracia para todos, la historiografía sobre la Unión Soviética adolece de graves problemas, y en general, la imagen del historiador en relación con la URSS es, cuando menos, patética. Pero esa es, valga la redundancia, otra historia que habrá que abordar en su momento.